Transcripción homilía de Mons. Dionisio Guillermo García Ibáñez Arzobispo de Santiago de Cuba
Eucaristía II Domingo de Adviento
Basílica Santuario de Nuestra Señora de la Caridad del Cobre
6 de diciembre de 2020
“Yo envío a mi mensajero delante de ti, para que prepare el camino del Señor. Una voz grita en el desierto: Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos” Mc 1, 2-3
Hermanos,
Ya estamos subiendo la colina del Adviento, que comienza el primer domingo de Adviento que celebramos la semana pasada con las lecturas correspondientes y que va a culminar en la Noche Buena, es decir con el nacimiento del Señor. El Adviento es como una subida, un esfuerzo para llegar a la cima que es el nacimiento de Cristo, ahí celebramos el misterio de la encarnación, el Hijo de Dios que se hace carne como nosotros.
Hay tres personajes que son claves en el Adviento. Uno es el profeta Isaías, la primera lectura de estos domingos, el anterior y este, corresponden precisamente a Isaías. Los que van a misa entre semana, o también los que pueden leer en sus casas, también vemos que Isaías es el profeta de este tiempo. ¿Por qué? porque entre los profetas, que todos prepararon la venida del Mesías; Isaías es el que más se empeña, el que más tiempo dedica ¿Por qué? porque Dios le inspiró eso. Isaías predicaba en un momento muy difícil, muy duro del pueblo, posiblemente muchos tenían la preocupación de que iban a desaparecer como pueblo, y al desaparecer como pueblo la misma fe en el Señor Dios, que los había sacado de Egipto peligraba, el templo que habían construido.
Eran momentos duros. No eran momentos fáciles llenos de alegría porque las cosas se habían conseguido , o lleno de esperanza cierta, que mañana, pasado, se van a resolver los problemas. No, Isaías analizaba una situación dura, y en esa situación dura buscaba los caminos de Dios, que como bien dice el texto de San Pedro un día para Dios son dos mil días para nosotros. El Señor sabe, el Señor en un sentido, en un momento o en otros Él nos da la fuerza suficiente, lo importante es permanecer fieles al Señor, ¿por qué?, porque me gusta en estos momentos difíciles en los que uno dice “Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado”, recordar aquella frase de Pedro cuando el Señor les dijo “Si ustedes quieren también pueden irse”, y Pedro dijo “Señor, a quién iremos si tú eres el único que tiene palabras de vida eterna”. Y nosotros hemos vivido SÍ.
En el domingo anterior, Isaías nos recordaba que el pueblo se daba cuenta que las cosas no andaban bien. No andaban bien porque la situación era difícil, sabían que en la tierra, en el mundo, en la historia, las cosas no son color de rosa. Todo es limitado y la maldad está presente. Ellos se dieron cuenta, que ellos también eran agentes de ese mal imposible casi vivir, o muy difícil. Por eso meditaron, lo dije el domingo pasado y ahora lo recordamos, que su comportamiento con los hermanos no era el correcto, no era el fraterno, sino que apabullaban a otro hermano, lo pisoteaban, lo tiranizaban, lo explotaban de muchas maneras. También se daban cuenta que la satisfacción por haber llegado a la Tierra Prometida, haber alcanzado muchas cosas, los había hecho olvidarse de Dios, y se fueron detrás de otros dioses, detrás de otras maneras de ver la vida. Y nosotros como pueblo, como familia, como personas, muchas veces nos vamos detrás de otras ideas, detrás de otras ideologías, nos vamos detrás de otras personas que nos platean una vida fácil, como si todo se fuera a resolver así, y como si ese mismo deseo y ese mismo trabajo por resolver las cosas fáciles, muchas veces nos lleva a la insatisfacción.
Entonces el pueblo dijo hay que convertirse, Dios le estaba inspirando eso. Y el pueblo se dio cuenta de las bondades de Dios: lo había sacado de Egipto, le había dado la Tierra Prometida, entonces, hay que volver a Dios, y descubrieron en la historia, y en la experiencia personal, que Dios era Misericordioso y que a Él se podía acudir, porque velaba por el pueblo.
El profeta Isaías lo que nos recuerda en la lectura del domingo pasado, y en la de este domingo es precisamente eso, acuérdense que Dios es Misericordioso, no te vayas detrás de otras promesas que cuando pasa el tiempo se darán cuenta que son falsas. En esta lectura de hoy que tiene de trasfondo lo que vimos el domingo pasado, se nos dice que el Señor es el buen pastor, el Señor cuida de las ovejas, el Señor ama a su pueblo. Y es más, en las lecturas de este domingo se nos dice claramente que el Señor quiere que su pueblo sea perdonado, por eso comenzamos así “Consuelen, consuele a mi pueblo, dice nuestro Dios, hablen al corazón de Jerusalén, griten, se ha cumplido su servicio, se ha cumplido su pena, se ha cumplido su arrepentimiento, el Señor está con ustedes”.
Hermanos esa es la esperanza del Adviento, que es una esperanza que tiene que ser alegre porque sabemos que Dios ha vencido en la persona de Cristo Jesús, que ah resucitado. Fíjense que todo es una unidad. El pueblo se da cuenta que las cosas no funcionan cuando pensamos solo en nosotros y no confiamos en Dios, y al darnos cuenta el Señor suscita en nosotros el espíritu de conversión y de arrepentimiento, y entonces nosotros nos ponemos en las manos de Dios, haciendo lo que nos corresponde a nosotros: cambiar de vida, vivir según Dios, no apartarnos de la Palabra de Dios. Si hacemos esto muchos de nuestros problemas, muchos, estarán sino resueltos ni solucionados pero sí, nos daremos cuenta que estamos en la senda de Dios, y que Dios tiene sus caminos, y el Señor sabrá cómo acompañarnos, cómo cuidarnos, sabiendo que siempre esperamos la recompensa de Él.
No solamente nosotros confiamos en el Señor, o tenemos que poner nuestra manos en Dios, también tenemos que esforzarnos, no es solamente decir Señor yo confío en Ti, yo creo en Ti, yo creo que Cristo ha venido a salvarnos. La invitación de Isaías, la invitación de Juan el Bautista nos dice, allanen los caminos al Señor, que todas las cimas sean aplanadas, que todos los valles profundos sean levantados, para que el Señor transite en nosotros, en nuestro pueblo, en nuestra Iglesia, en nuestra familia.
¿Cómo nosotros le allanamos el camino al Señor?, con el arrepentimiento, con la conversión. ¿Cómo nosotros nos preparamos para la conversión y el arrepentimiento?, la palabra de Dios. ¿Cómo nosotros nos hacemos más hermanos de los demás? practicando la justicia, la fraternidad, la caridad. ¿Cómo nosotros agradamos a Dios?, dándole gloria en la celebración de la eucaristía, proclamando su Palabra, anunciando la esperanza del Señor a los demás porque los demás la necesitan. Todos la necesitamos lo que pasa que hay veces que no la vemos, pero es de nosotros el deber de abrir los ojos y de allanar los caminos del Señor en nuestra vida, para que también otros puedan hacer lo mismo y disfrutar la seguridad de que el Señor es mi Pastor y Él me guía porque es misericordioso.
No cabe la menor duda de que Pedro, que era un hombre que tenía los pies en la tierra, al hacer esta carta miren lo que dice al principio, “no pierdan de vista una cosa, para el Señor un día es como mil años, y mil años como un día”. Ya lo dije, hay veces que nos desesperamos porque no vemos la mano de Dios metida en el medio, ahí es donde está la esperanza. Señor tú sabes, Tú sabes lo que me conviene, Tú sabes que este mundo es difícil, pero Tú me acompañas siempre. Ésa es la fe, y esa es la esperanza.
Y tenemos que tener la confianza que Dios siempre vence, que el bien siempre vence, que la verdad vence; ahora, tiene que haber testigos del bien, de la verdad y de la vida. Tiene que haber testigos, y eso nos corresponde a nosotros. Me gusta para terminar utilizar una paráfrasis de una frase que utilizó el Cardenal Arzobispo de La Habana Juan García, cuando en su reciente homilía el día de la Medalla Milagrosa dijo: “el bien derrotado vencerá al mal triunfador”. Es cierto, aparentemente el bien derrotado es derrotado, y parece que el mal triunfa siempre, me gustaría decir: el bien aparentemente derrotado, vencerá al mal aparentemente triunfador. No nos engañemos, pero sí colaboremos allanando los caminos del Señor para que haya justicia, para que haya paz, para que haya misericordia, y mucha fe. En mi, en mi familia, en nuestra Iglesia, en nuestro pueblo.
Que Dios nos ayude a vivir así este domingo de Adviento, y esto nos dure durante todo el Adviento para celebrar con alegría el nacimiento del Señor.