Transcripción homilía de Mons. Dionisio Guillermo García Ibáñez  Arzobispo de Santiago de Cuba

Transcripción homilía de Mons. Dionisio Guillermo García Ibáñez Arzobispo de Santiago de Cuba

Eucaristía Domingo I de Adviento
Basílica Santuario de Nuestra Señora de la Caridad del Cobre
29 de noviembre de 2020

“Miren, estén atentos, pues no saben cuándo es el momento” Marcos 13, 33

Hermanos,

Comenzamos un nuevo ciclo del año Litúrgico, y es deseo de la Iglesia que nuestra oración durante todo el año, sea una oración que esté marcada por el tiempo litúrgico, porque de esta manera como hemos dicho anteriormente y seguro ustedes conocen, en un año nosotros recorremos todo el misterio de salvación. Por eso la iglesia así tiene establecido su itinerario oracional.

El domingo pasado celebrábamos el último día, el domingo de Cristo Rey, en que recordábamos que todo había sido puesto en manos de Dios, escuchamos a San Pablo que nos dice que todo va a ser recapitulado en Él, toda la creación va a ser puesta en sus manos. Recordábamos también esa verdad, y es bueno volverlo a decir, todos hemos sido creados en Él, por Él y para Él.

¿Y por qué volvemos a tocar de nuevo en este primer domingo de Adviento el tema del final? Fíjense bien que el Evangelio nos habla que al final vendrá el Señor, y dice “velen, porque no sabemos cuándo viene el dueño de la casa”. Eso mismo nos dicen los domingos anteriores al final del año litúrgico pasado. Velen, como las doncellas, no sean necias, estén atentas, sean sabias. Es el llamado a estar atentos para cuando venga el Señor.

Lo curioso es que esto se dice el primer día del Año Litúrgico. Es decir, desde el principio se nos dice, velen. Hay que estar atentos, hay que seguir las inspiraciones del Espíritu Santo.

Hermanos, y esto no son palabras vanas. Esto son palabras que tienen que estar presentes en nuestras vidas, en cada instante de nuestras vidas. ¿Por qué? Porque sabemos que Dios nos ha creado, que Dios hizo todas las cosas, que Dios vela por nosotros, que Dios no se aparta de nosotros; no es un Dios para que nosotros le pidamos en los momentos difíciles y Él nos resuelva, como muchas personas que piensan que Dios es así, y a lo mejor siguen algunos cultos así, yo te doy para que tú me des.

No, el Dios que la Biblia nos revela es ese Dios que nos da la vida y que quiere que la vida permanezca siempre junto a Él. Nos la da, y al final estamos llamados a vivir siempre junto a Él.

Hoy empezamos, y ya vemos nosotros, empezamos pidiendo que el Señor venga a nosotros. Es el texto de Isaías. Isaías, profeta de Israel, tiene toda la experiencia de la sabiduría popular del pueblo de Israel, y también de lo que Dios ha querido revelar al pueblo. Isaías ha experimentado y lo quiero volver a releer, ha experimentado que Dios le ha dado la vida, pero que el hombre solo no puede ni descubrir el sentido último de la vida, ni tampoco el hombre puede resolver, ese término que está tan presente entre nosotros, los problemas, las situaciones vitales difíciles por sí solo. El hombre necesita de Dios. Y eso lo experimentó el pueblo de Israel, esa es la sabiduría del pueblo de Israel, y lo que Dios le ha ido revelando al pueblo, ayudándolo a salir precisamente de esa situación.

Eso que se dice del pueblo de Israel, eso lo experimentamos nosotros también. ¿Quién de nosotros, quién, puede decir que no necesita de la ayuda de Dios para hacer el bien, para caminar rectamente, para vivir como hermanos, para en definitiva enfrentar las situaciones de la vida con sabiduría y además que nos llene plenamente? Nos damos cuenta que somos limitados, esa es la experiencia del pueblo de Israel, somos limitados y necesitamos de Dios. Y Dios viene al pueblo a través de los profetas.

¿Cómo el pueblo de Israel experimenta esa orfandad, ese no poder hacer las cosas bien? Cuando se da cuenta de que dentro del pueblo se practica la injusticia, y aquí podemos decir “sales al encuentro del que practica la justicia y se acuerda de tus caminos; estabas airado y nosotros fracasamos, aparta nuestras culpas y seremos salvos”. Esa es la experiencia del pueblo de Dios. Y yo les pregunto a ustedes, ¿esa esa experiencia no la hemos tenido todos? Nosotros que somos cristianos, pero también los que no son cristianos. Porque es una experiencia vital, es una experiencia que viene precisamente del pecado original, no somos capaces por nosotros solos de alcanzar la salvación.

El otro punto que también el pueblo se daba cuenta es “nadie invocaba tu nombre, ni se esforzaba por aferrarse a ti, pues nos ocultabas tu rostro”. Hay veces que no descubrimos el rostro de Dios de inmediato, pero la mayor parte de las veces es que nosotros no queremos ver el rostro de Dios, ni escuchar su voz.

Fíjense bien hermanos, son tres cosas. El hombre se da cuenta que por sí solo no puede alcanzar la salvación y alcanzar el bien. La segunda, el hombre tiende a practicar la injusticia. La tercera, el hombre al sentirse satisfecho, no quiere buscar el rostro de Dios y se aparta. Por eso es que nosotros vemos en esta civilización occidental, sobre todo, pero en el mundo entero, como las personas porque ha alcanzado determinado estilo de vida, posibilidades, ya ni quieren hablar de Dios, y quieren hacer su vida según su manera, y no se dan cuenta, que de alguna de estas tres cosas que hemos dicho todos nos sentimos huérfanos, sentimos la necesidad de que alguien nos guíe, Dios, seguimos que la (in)justicia sigue presente en el mundo y sentimos que muchas veces nos apartamos de Dios.

Ante esta situación viene el Adviento. ¿Qué cosa es el Adviento? Estamos esperando al Mesías, necesitamos al Mesías para que nos cure de la injusticia, para que nos cure de aquello que nos hace soberbios y nos queremos apartar de Dios y de los hermanos, y también para que nos demos cuenta que necesitamos a Dios.

Esa es la historia del pueblo de Israel. El pueblo que clama a Dios diciendo, Señor somos huérfanos, necesitamos de ti.

Todo el tiempo de Adviento es un tiempo de esperanza, es un tiempo de alegre espera, porque si tenemos fe, sabemos que Dios no nos abandona. Es un tiempo de preparación, porque tenemos que velar. Y como tenemos que velar, tenemos que estar atentos, disponibles, a escuchar la voz de Dios.

En la carta de Pablo a los Corintios, que es el inicio de su carta, nosotros vemos cómo él de la misma manera que alaba a la comunidad de Corinto, también les recuerda muchas cosas que también muchas veces nosotros olvidamos. ¿Qué cosas les recuerda? Les recuerda, “fíjense bien que ustedes fueron instruidos en la fe, y que la fe en ustedes dio muchos frutos”.

Vamos a recordar también, es bueno releer la palabra de Dios, “en mi acción de gracias a Dios les tengo siempre presentes por la gracia de Dios, porque Él les ha enriquecido con la palabra del Señor y con el Espíritu Santo ha animado su vida”. Y dice más, “de hecho no carecen de ningún don, ustedes que aguardan la manifestación de nuestro Señor Jesucristo. Ustedes han sido enriquecidos en todo”

Hermanos, todos los que estamos participando en esta misa virtual, en esta comunidad virtual, sabemos que en nuestra vida nosotros hemos sido enriquecidos por Dios, con muchos bienes espirituales. La fe muchas veces la hemos vivido con una gran profundidad, la caridad la hemos ejercido desprendidamente, la confianza en Dios la hemos tenido y nos ha ayudado a afrontar situaciones tremendas que cada uno sabe, hemos sido enriquecidos por Dios. Sabiendo eso, entonces nosotros debemos decirle al Señor, “Señor consérvanos hasta el final”.

Este texto de Pablo, al principio de su carta a los Corintios dice, “esperen en el Señor, manténganse firmes hasta el final”.

Y viene la otra pregunta, ¿cuántas veces nosotros hemos caído en nuestra vida cristiana? ¿cuántas veces nos hemos apartado, no le hemos dado importancia, hemos mirado otras cosas primero que vivir según mi fe? Esta es la experiencia que Pablo le hace ver a los Corintios, de que tienen que estar atentos, porque si fuimos enriquecidos, el Señor no nos abandona, pero tienen que velar para que esa riqueza permanezca en ustedes.

El Evangelio, pues más claro ni el agua, velen, hay que velar.

Resumiendo, este primer domingo de Adviento es tomar conciencia de que necesitamos a Dios, de que necesitamos al Dios misericordioso, y la lectura de Isaías nos dice “ven Señor a nosotros”, restáuranos como dice el salmo. También dice que no somos capaces de hacer el bien, y buscar lo que todo hombre desea que es la felicidad, necesitamos de Dios y también. ¿Cuál es el remedio? La gracia de Dios que nosotros pidamos en la fe, y también la disposición nuestra de velar, de velar a la venida del Señor.

Por eso es que celebramos el Adviento esperando siempre la venida de Cristo, que es el Salvador del Mundo, el perfecto revelador del Padre, Aquel que nos conduce, Aquel que, por su misericordia, muere en la cruz para salvarnos.

Este tiempo, estas cuatro semanas de Adviento, nosotros vamos a vivir esa espera, deseosa, porque sabemos que necesitamos de Dios.

Que Dios nos ayude hermanos a vivir así.

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