Transcripción homilía de Mons. Dionisio Guillermo García Ibáñez  Arzobispo de Santiago de Cuba

Transcripción homilía de Mons. Dionisio Guillermo García Ibáñez Arzobispo de Santiago de Cuba

Eucaristía Fiesta de Todos los Santos
Basílica Santuario de Nuestra Señora de la Caridad del Cobre
1 de noviembre de 2020

 “Vean qué amor singular nos ha dado el Padre: que no solamente nos llamamos hijos de Dios, sino que lo somos… Amados, desde ya somos hijos de Dios, aunque no se ha manifestado lo que seremos al fin. Pero ya lo sabemos: cuando él se manifieste en su Gloria seremos semejantes a él” 1 Jn 3, 1-2

Queridos hermanos,

Hoy es un día muy significativo, muy grande en la liturgia de la iglesia, hoy la “categoría” de nuestra celebración es una Solemnidad. Por eso es que siendo domingo nosotros estamos celebrando la misa por Todos los Santos. Como es una Solemnidad, fiesta grande en el año litúrgico, por eso sustituye o puede sustituir a cualquier otra misa hasta de domingo.

¿Por qué esta Fiesta es grande? Esta Fiesta es grande porque hoy estamos celebrando la victoria de nuestro Dios. Si el domingo de Resurrección, que es el más grande y más alegre de nuestras celebraciones, porque en medio de la oscuridad la luz de Cristo renace porque ha vencido al mal, a la muerte, al sufrimiento, y por eso es un día alegre, de esperanza, de confianza en Dios, hoy precisamente estamos celebrando que eso que el Señor anuncia y que precede como primicia, la resurrección de los muertos, se ha cumplido; no sólo en Cristo resucitado sino en una multitud innumerable como dice el texto del apocalipsis.

Este texto es precioso hermanos, es un texto que nosotros tenemos que meditar. Hay veces que no vamos al Apocalipsis porque decimos no entendemos o nos cuesta un poco de trabajo, pero estos versículos del Apocalipsis nos hablan de esta victoria de nuestro Dios que es capaz de hacer que su criatura, nosotros, débiles, pobres, limitados, alcancemos la santidad que es una cualidad de Dios, la cualidad por excelencia de Dios. Dios es Santo. Por eso es que en el Antiguo Testamento varias veces se nos dice Santo, Santo, Santo, diciendo esa es la naturaleza de Dios, eso es lo más grande que podemos decir de Dios. Decimos que Dios es Santo, que Dios es bueno, que hay que buscar la perfección de Dios, seamos como Él… si hacemos todo eso lo que estamos buscando es la santidad.

Por eso hermanos hoy es un día de irnos del templo llenos de confianza y llenos de alegría. El Señor es capaz de hacer obras grandes no solamente en el mundo, en la sociedad, sino en cada uno de nosotros, el Señor es capaz de hacer una obra tan grande como el hacerlos semejantes a Él.

Aquí entramos hermanos en la lectura de la carta del apóstol San Juan. Por eso tenemos que buscar la Biblia y leer las lecturas, porque explica muy bien. Todas las preguntas que hay en el catecismo, las respuestas han sido tomadas de las Sagradas Escrituras. Aquí se nos dice que podemos llamarnos hijos de Dios y por eso vemos el amor tan grande que Dios nos tiene “mira el amor tan grande que Dios nos ha tenido que ya podemos llamarnos hijos de Dios, y lo somos. ¡Hijos de Dios! Qué cosa tan grande. No solamente somos producto de la biología, de la naturaleza, del amor de nuestros padres que ayudaron a Dios para que nosotros viniéramos aquí a la tierra, ellos son colaboradores de Dios… sino que dice que no solamente son hijos, sino que seremos semejantes a Dios”

Si Dios es Santo y nosotros somos semejantes a Dios significa, que nosotros también podemos llegar a la santidad, y que el estado de perfección nuestro es precisamente la santidad. Por eso a lo más grande que nosotros podemos aspirar en la tierra es alcanzar la santidad. San Juan nos dice “ahora somos hijos de Dios, pero aún no se ha manifestado lo que seremos, cuando Él se manifieste seremos semejantes a Él, y ésa es nuestra esperanza” que tenemos puesta en Dios.

¿Vamos a alcanzar la santidad por los méritos de cada uno de nosotros, por el esfuerzo que hagamos? No, porque la santidad es un atributo de Dios, y Dios es el que nos posibilita con su gracia, el que nosotros algún día lleguemos a ser santos. Somos frágiles, pero Dios es fuerte; como decía Pablo, somos vasijas de barro, pero el Señor es capaz de convertirnos en algo muy grande como el ser semejantes a Él también en la santidad.

Muchas veces escuchamos en el evangelio, sean perfectos como nuestro Padre Celestial es perfecto, sean santos, sean buenos; hermanos, en la medida en que nosotros queramos alcanzar la santidad, en esa misma medida la gracia de Dios va a actuar en nosotros y la alcanzaremos. ¿Qué es lo que tenemos que pedirle a Dios? Que nosotros estemos en ese grupo, en esa multitud enorme, ingente que no se puede contar de personas que ya han alcanzado la santidad. El Señor nos llama a eso.

El libro del Apocalipsis todavía da más detalles, ¿cuántos son los elegidos? Ciento cuarenta y cuatro mil, que eso en el lenguaje, en la tradición semita significa un número que no se puede contar; nosotros diríamos en las matemáticas de ahora infinito, no se puede contar. No son cuatro o cinco elegidos, predestinados; todos estamos predestinados a alcanzar la santidad de Dios. Pero la santidad de Dios que es una gracia, también es un esfuerzo. Dios nos da la gracia, pero también nos da una tarea. Si nosotros buscamos la paz, y le pedimos a Dios la paz, el Señor nos dice tú también eres constructor de la paz, tú tienes que luchar por la paz.

Nosotros por el bautismo hemos sido llamados a la santidad, que es lo más grande que podemos aspirar porque seremos semejantes a Él. Los otros sacramentos nos ayudan a enfrentar nuestra vida según nuestra condición; la confirmación para ser firmes en la fe, dar testimonio y proclamar la palabra de Dios; el matrimonio para llevar un matrimonio santo, cada pareja que sepa quererse y amarse para siempre, y eso hay que buscarlo con la fuerza de Dios; cuando nos ordenan sacerdotes u obispos, nos dan la gracia de poder ejercer con santidad y sabiduría ese pastoreo. Pero el sacramento que nos llama a la santidad es el bautismo.

Por eso, todos los que estamos aquí, hemos sido llamados a la santidad y esa debe ser nuestra mayor aspiración. La pregunta nuestra es la siguiente, ¿nosotros tenemos la búsqueda de la santidad como nuestra mayor aspiración? Ésa sería una de las preguntas, ¿yo hago todo lo posible por alcanzar la santidad? ¿yo me cuido de aquellos obstáculos que me impiden que yo alcance a santidad?

Hermanos, cuando vamos a los templos vemos las imágenes de San Francisco, de San Juan de la Cruz, de Santa Teresa de Ávila, de Santa Rosa de Lima, San Judas Tadeo que celebramos el miércoles pasado, son santos, y hay veces que los vemos tan lejos que parece que nosotros no podemos alcanzar la santidad. No hermanos, esa multitud ingente vestida de blancas vestiduras que ha sido lavada por la sangre del Cordero, son tan santos como San Judas Tadeo, como San Pedro, como San Pablo, como la Virgen María. ¡Tan santos! Porque precisamente lo que nos hace asemeja a Dios, es esa santidad que brota de Dios, que recibimos, aceptamos y queremos alcanzar.

La santidad siempre está en lucha con el mundo, siempre. Cuando ustedes vean una santidad suave, usted dice aquí pasa algo; cuando ustedes vean un comportamiento en la vida de un cristiano que no tiene confrontación con el mundo, ahí hay algo que no funciona, hay algo que nosotros no estamos juzgando bien. El mundo se contrapone, si vamos a los slogans del mundo, ese slogan de tú eres un perdedor, ¿qué significa tú eres un perdedor? Significa que tú no eres el primero, significa que tú no tienes éxito en la vida, significa que tú no has logrado lo que todo el mundo quiere, por lo tanto, eres un “perdedor”.

Yo no sé si le dicen lo mismo a una persona que quiere alcanzar la santidad. Si el mundo fuera como tuviera que ser, precisamente los ganadores serían los santos, que de hecho lo son porque son lo que han alcanzado la salvación; pero el mundo trastoca las cosas, lo exterior, lo perecedero, lo que brilla hoy y mañana no brilla, lo que se nos llena la cabeza de que tenemos que conseguir y luchar, le ponemos todo nuestro esfuerzo a esto y no nos damos cuenta de que tenemos que seguir al Señor Jesús siendo como él. No nos dejemos embaucar, no nos dejemos confundir, por el mundo hermanos, por el éxito, lo fundamental es el éxito, y vienen las encuestas… no la santidad es otra cosa, es la búsqueda serena de esa vida divina en nosotros y que se haga en nosotros carne, y cada día queramos unirnos más a Él. Busquemos la santidad, busquémosla como lo primero que tenemos que alcanzar en la vida.

Ahí están las bienaventuranzas, jamás el mundo va a decir dichosos los pobres de espíritu, jamás, el mundo va a decir dichosos aquellos que tienen éxito que saben imponerse, aquellos que se vanaglorian de lo que sabe. Los pobres de espíritu son aquellos que reconocen sus limitaciones y saben que pueden confiar en Dios y que Dios puede hacer maravillas en ellos, no por sus grandes méritos, sino por los méritos de Cristo que en nosotros trabajan, y que se nos aplican. Difícil que el mundo diga dichosos los pobres de espíritu difícil, porque la vanagloria la arrogancia, la prepotencia, no conoce otros verbos que predominen en el mundo. Fíjense bien como es esa lucha entre la santidad y el mundo. Los pobres de espíritu son aquellos que en medio de las vicisitudes grandes saben confiare n Dios y ahí ponen toda su esperanza y confían en su fortaleza, y son capaces de una serenidad y una fortaleza de espíritu como Cristo lo pasó en la cruz, que siendo Dios se rebajó y murió en la cruz por nosotros, pidiéndole al señor, hágase tu voluntad.

El mundo jamás va a decir dichosos los sufridos, porque por no sufrir somos capaces de hacer cualquier cosa, hasta daño a los demás, ponernos por encima de los demás, ponernos por encima de los otros, aplastar al otro para yo conseguir lo que yo quiero. Por el hecho de no sufrir estamos justificando hasta la eutanasia. No se puede sufrir. Yo no sé cuál será el límite, o cuál va a ser el límite entre sufrimiento y el no sufrimiento. Dichosos aquellos que saben pasar por el mundo como es el mundo, pero que saben luchar según la gracia de Dios.

Y seguimos diciendo, los que lloran serán consolados. Si contamos solamente con la justicia del mundo, tantos millones de personas que hoy lloran por tantas cosas diferentes; las relaciones sociales, la injusticia que hay en todos los países del mundo, hasta los sufrimientos y enfermedades… ¿qué será de ellos? Son perdedores, nunca van a alcanzar justicia. No hermanos, está la justicia de Dios, aquella que nos llama a ser santos, como él es santo.

Ahora viene la parte positiva, dichosos los misericordiosos, los limpios de corazón, la santidad siempre está ligada a la pureza de corazón, la pureza de intenciones, el bien mirar al otro, el alegrarse con el bien del otro. Y seguimos diciendo, los que tragaban por la paz, los que no buscan la guerra, los perseguidos por causa de la justicia, no perseguidos porque han hecho el mal, sino perseguidos por las injusticias, porque hay muchos poderes que les duele y les molesta que haya personas que digan verdades, que haya personas que practiquen la justicia, y clamen a la justicia. Dichosos aquellos por fin que entregan todo para servir al Señor.

Hermanos, vamos a pedirle a Dios que nos ayude a buscar la santidad con confianza, con serenidad y vamos a hacernos esa pregunta que les dije al principio, ¿qué yo hago yo para alcanzar la santidad? ¿ésa es mi mayor aspiración en la vida? ¿qué yo hago para eliminar los obstáculos que me impiden ser santo?

Vamos hermanos a vivir con la esperanza de que algún día nosotros también seamos, y formemos parte de esa multitud enorme que se alegra y que claman al Señor, porque ya son semejantes a Él, porque están viviendo la gloria, la alegría de estar con Dios.

Que Dios nos ayude hermanos a vivir así.

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