Transcripción homilía de Mons. Dionisio Guillermo García Ibáñez Arzobispo de Santiago de Cuba
Eucaristía Domingo XXVIII del Tiempo Ordinario
Basílica Santuario de Nuestra Señora de la Caridad del Cobre
11 de octubre de 2020
“Todo lo puedo en aquel que me conforta” Fil 4,13
Hermanos,
En estos tres últimos domingos hemos escuchado el evangelio de San Mateo, hemos escuchado el capítulo 22 del evangelio de Mateo que nos prepara para la Pasión del Señor, y para antes de la Pasión, con todas aquellas triquiñuelas, trampas que querían hacerle a Jesús para ponerlo a prueba, para ver cómo lo podían coger.
Hemos escuchado también a San Pablo en su carta a los Filipenses capítulo 4, y recordábamos, es bueno hacerlo, que es una carta hecha con mucho cariño, con mucho amor, con mucha entrega, porque ya Pablo sabe que aquella gente que él quería mucho, que lo escuchaba, que sentía por él, se apenaba de que él fuera preso a Roma; y el trata de darles esperanza, de darles paz y serenidad. Les habla con mucho afecto, pero poniendo los puntos sobre las íes, los puntos que nosotros debemos vivir como cristianos para llegar al final que Dios nos tiene preparado.
También nos ha venido acompañando el profeta Isaías, el primer día se leyó a Ezequiel, y los otros domingos, este y el anterior, escuchamos a Isaías. El domingo pasado Isaías nos presenta la imagen de la viña, el pueblo de Israel del Antiguo Testamento, nosotros herederos del pueblo de Israel, el Nuevo testamento, la Iglesia, somos la viña del Señor. Yo diría que la humanidad entera es la viña del Señor. Gracias a Dios nosotros le conocemos, Él vela por todos, y quiere que todos le conozcan, y por eso nos dejó y nos envió como miembros de la Iglesia, como hijos de Dios, bautizados, para hacerle presente en el mundo para que le conozca. Y conociéndole le amen y le sigan, y algún día alcanzar la vida eterna.
Hoy, Isaías nos presenta un banquete. Sabemos que el banquete para los pueblos semitas era de una importancia incalculable, es decir, significaba la unión de la tribu, del clan, de la familia, se hacía todo lo posible por agasajar a la gente y dar más de lo que podían, porque era la gran fiesta. Isaías compara el Reino de los cielos precisamente con un banquete que el Señor sirve, y que nos invita, ese banquete es la vida eterna que se pone con imágenes, como la imagen del pueblo de Dios es la viña del Señor.
En estos evangelios, Mateo nos ha presentado tres parábolas. Hace dos domingos la parábola del padre que invita a sus hijos a trabajar en la viña, uno le dice voy y no fue, otro le dijo no voy y fue, siempre está la invitación a seguir a Jesús, a trabajar en su viña, a vivir en su iglesia, a vivir en comunión, en familia, trabajando uno junto al otro. El domingo pasado, veíamos la invitación a trabajar en la viña del Señor, a pertenecer al pueblo de Dios, la viña que Dios cuida y quiere.
En otras ocasiones el Señor, como dice el salmo “el Señor es mi pastor nada me falta”, Él se presenta como un pastor. Aquí Jesús se presenta como el que invita a pertenecer a la Iglesia, el Reino de Dios todavía no perfecto pero que se va haciendo en la tierra para algún día alcanzar la salvación. Son imágenes, son invitaciones.
En el día de hoy el Señor nos está invitando a nosotros. De la misma manera que Isaías presentaba el Reino de los cielos como un banquete, el Señor hace la parábola del banquete que un señor da y que invita a todo el mundo y hay algunos que no quieren ir y que ponen pretextos. Fíjense bien, en los tres domingos si queremos poner un verbo que los clasifique bien, ese es invitar.
Hermanos, eso es lo que Jesús, eso es lo que Dios ha hecho siempre, invitarnos a seguirle: en el Antiguo Testamento presentándose al pueblo de Israel, los profetas, Jesús que viene< manifestar al Padre, la Iglesia que tiene como obligación, sino claudicaría de su mismo ser, el ser testigo de Cristo. Todos nosotros hemos sido alguna vez invitados. Algunos por nuestros padres cuando nos bautizaron de pequeños y cuidaron de nuestra fe y después nosotros la asumimos con fuerza. Otros ya de mayores, gracias a Dios hay bastantes personas adultas que en un momento de su vida se quieren acercar a la iglesia, y se bautizan y se comprometen con la Iglesia. Es la invitación. Todos nosotros hemos sido invitados.
La primera invitación es a la vida, es lo primero. Sin la vida que el Señor nos da, que es don de Dios, nadie quiso venir al mundo; fuimos invitados por Dios, y Él nos dio la vida para venir y compartir casi su misma naturaleza, ser semejantes a Él como decía Pablo. Por eso hermanos el papa Francisco está hablando duro en estos tiempos, cuando dice que hay que cuidar la vida desde el momento de la concepción hasta allá, hasta la muerte para encontrarnos con Dios. Él llama descarte. Descarte cuando hacemos que los niños no nazcan, descarte es también cuando nosotros proponemos la eutanasia para quitar, eliminar, que las personas digan ya no quiere vivir más esa invitación del Señor. Esto siempre es un rechazo.
En esta invitación, el Señor nos ha dejado la Iglesia, a vivir en comunidad, a vivir en sociedad, a vivir como hermanos, porque sólo viviendo como hermanos podemos construir, una sociedad más fraterna, más justa; a nosotros sentirnos unidos a los demás, a no yo querer aplastar al otro, en su intimidad y sus derechos, a que yo no quiera manipular a nadie. Hermanos eso es respetarla vida que Dios nos da.
En este deseo de seguir a Jesús, ustedes saben bien que hay veces que nosotros ponemos pretextos, hay veces que se nos presentan dificultades grandes. Entonces, nosotros tenemos que fijar estas imágenes que el Señor nos da del banquete y de la viña. En el de la viña, no querernos poner por encima de Dios y suplantar a Dios; hay muchas veces que el hombre actúa como si fuera un dios, y decide hasta de la vida de los demás, que siempre es sagrada.
En el evangelio de hoy son los pretextos que la vida nos pone. Es verdad que la vida se complica, hay que tomar decisiones, hay que luchar, hay que defender la familia, hay como decimos los cubanos que “echar pa´alante”. Pero todo eso viéndolo con la perspectiva de Cristo, que nos dice asistan a las bodas del banquete que yo les presento, ese banquete nos lleva a la vida eterna. Ese banquete aquí en la tierra se materializa, en la Palabra de Dios, y en la Eucaristía. La Palabra de Dios que nos anima, nos instruye, nos guía, a veces tiene que reprendernos la Palabra de Dios. El banquete Eucarístico, que es el mismo Cristo que se hace carne por nosotros, Cristo vivo y resucitado para que nosotros le recibamos.
Pero todos tenemos que darnos cuenta que muchas veces, somos nosotros los que no acudimos. Tenemos mucho trabajo, hay que luchar por la vida, tantas cosas, estoy cansado… hermanos siempre pensemos en el objetivo final, en la vida eterna, en corresponder al amor de Dios. Siempre pensemos en eso.
Yo quisiera proponerles como guía, quisiera proponerles a Pablo en la carta a los Filipenses. En el domingo anterior decía, “todo lo que vieron, oyeron, recibieron de mí, pónganlo en práctica y el Dios de la paz estará con ustedes”. Pero Pablo no dice esto por decirlo, “síganme”, Pablo lo dice bien claro “todo lo puedo en aquel que me conforta”, y anteriormente había dicho he pasado por penas y angustias, he pasado por momentos difíciles, he pasado por persecuciones, estuve en la cárcel, pero “todo lo puedo en aquel que me conforta”. Hermanos, no perdamos este ejemplo de seguridad que nos da Pablo. Todos podemos volver de nuevo y participar en el banquete del señor, y todos podemos venir al banquete del Señor, con las vestiduras limpias, con las vestiduras de Cristo, revestidos de una sana conciencia, sabiendo que estamos haciendo la voluntad de Dios.
Sigamos a Pablo. En medio de las dificultades que nada ni nadie nos impida seguir a Cristo, ni las situaciones económicas, ni las pandemias, ni las situaciones políticas, sociales, y desgraciadamente hay veces familiares, que nada nos impida seguir al Señor Jesús.
Que Dios nos ayude a vivir así.