Transcripción homilía de Mons. Dionisio Guillermo García Ibáñez Arzobispo de Santiago de Cuba
Eucaristía Domingo XXIII del Tiempo Ordinario
Basílica Santuario de Nuestra Señora de la Caridad del Cobre
6 de septiembre de 2020
“Donde estén dos o tres reunidos en mi nombre, ahí estoy yo en medio de ellos” Mt 18, 20
Hermanos,
Con la antífona del Salmo hemos rezado todos, “Ojalá escuchen hoy su voz, no endurezcan su corazón”. Cada vez que nosotros escuchamos la Palabra de Dios, creo que debemos de hacer esta invocación. “Señor ayúdame a no endurecer mi corazón”, mejor dicho “ayúdame a ablandar mi corazón”. Ablandar el corazón significa, estar atento a la Palabra de Dios y ponerla en práctica. Por es que cada vez que celebramos la misa, celebramos un sacramento, leemos la Palabra de Dios.
Hoy hay tres lecturas, cuatro con el Salmo, como siempre. En la iglesia los católicos siempre tenemos la Biblia como nuestra norma de fe, y de vida, y Dios mismo está en su palabra, está en la eucaristía sacramentalmente. La primera lectura es del profeta Ezequiel, profeta del Antiguo Testamento que exhortaba como todo profeta, a que cambiáramos de vida según Dios. Hay veces que nos confundamos y pensamos que profeta es aquel que descubre lo que va a pasar en el futuro. No hermanos, esa es una acepción de la palabra profeta, que hay veces es mal empleada; cuando nosotros hablamos de Dios, estamos hablando de lo que el Señor nos quiere decir, y estamos hablando de futuro, porque sabemos que la Palabra de Dios se cumple ahora y siempre, y también en la eternidad.
La segunda lectura es el Salmo. Es un Salmo de alabanza, un Salmo precioso, porque habla de lo alegre que debemos sentirnos cuando nosotros vamos a la casa del Señor, cuando vamos a encontrarnos con Dios. Y eso podemos hacerlo individualmente, en familia, muchos de ustedes sino todos están viendo esta misa en su casa, en familia, no pueden ir al templo porque todavía hay restricciones, entonces “qué alegría Señor que Tú vienes a mi casa y que yo acudo a escuchar tu palabra”. Pero esto tiene que mover interiormente a sentirnos que nos falta algo, ¿Nos falta qué cosa? Nos falta la comunidad entera, no solamente mi familia, me falta la comunidad. Quiera Dios que pronto podamos encontrarnos todos juntos en el templo para aclamar al Señor en comunidad, sabiendo lo que nos dice el Señor en el Evangelio que hemos escuchado “donde hay dos o tres reunidos en mi nombre, ahí estoy yo”.
Y el Señor cuando invita a bautizar, dice “Tú, ve a bautizar, vayan a bautizar, yo le doy a ustedes el poder de atar y de desatar” Es la comunidad cristiana. Por lo tanto, tenemos que pedirle a Dios que pronto, más temprano que tarde, nos permita vivir nuestra vida comunitaria y eclesial de manera normal como estamos acostumbrados a hacerlo, y como debemos hacer.
Las lecturas de hoy, la primera de Ezequiel, profeta, que al pueblo lo llevaba recio, con ese lenguaje del Antiguo Testamento, el Salmo que nos llama a la alegría, están completadas con las lecturas del apóstol San Pablo y con el Evangelio. San Pablo nos habla con un lenguaje que ya no es ese lenguaje rudo de Ezequiel, sino con un lenguaje más de un maestro, de alguien que da consejos, un lenguaje sapiencial. “Hermanos no le deban nada a nadie, más que amor” fíjense bien que eso es un consejo, un consejo para la vida de fe nuestra, porque el Señor nos manda a amar a todos como a nosotros mismos, amar a Dios sobre todas las cosas claro está. Esto es la manera de cumplir ese mandato de amar a todos como a nosotros mismos. No le deban nada a nadie, no guarden rencor, no tengan espíritu de venganza, de desquite, no, que lo único que ustedes deban sea amor, y como es amor y saben que pagar, paguen con amor. Por eso es que el Señor llega hasta el extremo combatan al mal con bien.
Fíjense bien que la palabra de Dios, uno la va siguiendo y todos los elementos se van uniendo a qué cosa a vivir como el Señor nos manda: amar a Dios y amar a los hermanos. Y este es el consejo que le da Pablo a los Romanos, y él dice, reafirma más, tenemos los diez mandamientos, y nos fijamos mucho en los diez mandamientos, honra a tu padre ya tu madre, no digas mentiras, no robes, no seas adúltero, se fiel, no envidies, y Pablo lo resume como el Señor, si amas, cumplirás todo los mandamientos, porque el que ama honra a su padre y a su madre, y el padre que ama cuida de sus hijos y no abandona a su familia, el que ama es incapaz de hacer daño al otro de palabra y de obras, el que ama no es adúltero porque sabe que hace daños, el que ama no envidia porque sabe que no puede vivir con ese desasosiego que produce la envidia, y así hermanos, Pablo recalca y reafirma lo que dice Jesús: “el que ama a su prójimo no le hace daño, por eso en el amar se cumple la ley completa”
Hermanos y el amar no es algo así como se dice “hay que amar a todos”, o el día de los enamorados es el día del amor, ustedes saben que muchas veces eso se queda en cosas vacías y el amor es concreto, se manifiesta en la vida, el amor se realiza, el amor se tiene adentro, el amor impide que también haya malos pensamientos contra otra persona, que nuestros pensamientos sean puros y que de ellos dimane solamente el bien. Por eso dice Pablo y recalca, que el que ama cumple la ley completa.
El evangelio de Mateo, completa lo que decía Ezequiel, “ustedes son profetas”, él era profeta, pero todos nosotros somos profetas. Cuando somos bautizados, al bautizarnos se nos dice que nos hemos incorporado a la iglesia, nos hacemos hijos de Dios por adopción, y dice “ustedes han sido constituidos en un pueblo de sacerdotes, de profetas y de reyes” Para nosotros la palabra rey significa servir, porque Jesús dijo en la Última Cena que, entre los apóstoles, entre los siervos del Señor, entre los discípulos del Señor el primero tiene que ser el servidor de los demás, es el rey, el servidor de los demás. Por eso es que toda autoridad, no puede estar cimentada en el capricho, en el predominio, ene le autoritarismo, sino que el fin de la autoridad no es sostenerse, el servicio de la autoridad es servir al prójimo.
En el texto de Ezequiel que vimos nos dice “ustedes son profetas, ustedes tienen que ayudar a sus hermanos a que sean fieles”. Eso es lo que hacían los profetas, le llamaban la atención al pueblo. Ustedes como bautizados son también profetas, tienen que anunciar, y ustedes tienen que ayudarse y ayudar al otro a caminar por las sendas del bien, porque saben bien que el mundo está ahí siempre en el asecho, y el mundo nos distrae del seguimiento del Señor, y el profeta es el que llama la atención, cuidado se están desviando.
Al pueblo de Israel le llamaban constantemente la atención, cuidado se están yendo detrás de otros dioses, cuidado que están ofendiendo a Dios porque están ofendiendo al pobre. Entonces Jesús, a esa petición, a esa profecía, a ese llamado para hacer el bien y para comunicar lo que Dios quiere y ayudar al otro, introduce el elemento de la comunidad: cuando tú vayas a llamar a un hermano y a corregirlo tiene que ser siempre fraternalmente, siempre tiene que estar presente el amor. Una corrección entre cristianos, no puede ser un reproche, no puede ser en una mala forma, no puede ser un echarse arriba del otro, al contrario, el amor tiene que estar presente. Lo que te digo tal vez no te guste, pero te lo digo porque te quiero, y yo quiero lo mejor para ti, y para mí lo mejor es seguir a Cristo, entonces yo quiero, si tú me lo permites ayudarte a que tu sigas a Cristo.
Jesús introduce el elemento de la comunidad, donde dos o tres se acerquen y ayuden al hermano, y ¿cuál es la garantía?, la garantía es que el Señor dice, cuándo hacen esto el Señor está detrás de ustedes, acuérdense que “cuando haya dos o tres reunidos en mi nombre ahí estoy yo”
Hermanos es una llamada a todos nosotros que vivimos en una comunidad cristiana, unas más pequeñas, otras más grandes, en parroquias que a lo mejor no conocemos al que va allí, pero sí tenemos grupos de hermanos que son firmes en la fe. Cuidemos unos de otros, cuidemos unos de otros, y estemos pendientes no solamente a sí la persona sigue o no por el camino del Señor, sino también a esas dificultades personales que tiene, que todos tenemos y que nos gusta que nos ayuden. Nosotros que estar pendientes para como comunidad ayudarnos mutuamente, para como comunidad acercarnos todos al Señor. No hay mejor amistad, y eso lo sabemos todos, no hay mejor amistad que cuando un grupo de amigos se ayuda mutuamente para hacer el bien, para que todos se sientan bien, para que todos caminen según sus criterios y su manera de ser; y nosotros los cristianos, según el Evangelio, es lo mejor que podemos desear. Y sabemos que cuando una comunidad marcha así, esa comunidad perdura, perdura el grupo de amigos, perdura la familia, y perdura la parroquia.
Vamos a vivir así. Fíjense bien, que el preocuparnos por los demás y el estar pendiente al otro, no significa ser pendenciero; tendrá la misma raía, pero estar pendientes, es estar preocupado por mi hermano, ocupado por mi hermano. Pendenciero, es el que se mete en lo que no debe, y nosotros los cristianos tenemos que estar pendientes del hermano, del que tengo al lado en el templo, de mi familia, de mi casa, de mi hijo, de mi mujer, tengo que estar pendiente. Esa es la misión nuestra.
El Señor nos dice hoy que como somos profetas tenemos que anunciar el Reino de Dios, y el Reino de Dios se anuncia a través de la Palabra de Dios, y si hay que llamar la atención, la Biblia lo llama corregir. Si hay que corregir a un hermano, no tengamos miedo, como tampoco tenemos que tener miedo en corregir a un hijo, como tampoco tenemos que tener miedo a que un amigo me corrija, aunque yo sea obispo, no importa, todos somos susceptibles a equivocarnos.
Hermanos dejémonos guiar por los hermanos que de buena voluntad se acercan, porque quieren que yo crezca, porque quieren que yo cada día sea mejor cristiano.
Que Dios nos ayude a vivir así.