EL DECÁLOGO DEL LAICO CATÓLICO CUBANO

Introducción 

QUERIDA AMIGA, HERMANA, LAICA CATÓLICA QUE VIVES EN CUBA: 

En algún momento de tu vida has experimentado la inquietud o tal vez la fascinación por la persona de Jesús; su mensaje y su vida te han tocado, o quizás hasta te han cautivado, y has sentido el deseo de conocerlo más, de seguir sus pasos más de cerca y de sumarte a la comunidad de los que creen, esperan y aman a la manera de Jesús.

Con el paso del tiempo te incorporaste a la Iglesia Católica y descubriste que está formada por sacerdotes, por religiosos y por laicos. Te llamó la atención esta última palabra: “laico” y te propusiste explorar algo más de lo que este vocablo significa.

Estas líneas están escritas para ti, son sencillas y básicas. Tienen el propósito de clarificarte en tu camino de fe cristiana. También contemplan la posibilidad de entusiasmarte con la maravillosa vocación laical a la que has sido llamado y abrirte a nuevos horizontes. Probablemente te ayudarán a soñar con un mundo, una patria y una iglesia más de acuerdo con el proyecto de Dios.

El corazón de este texto es el capítulo segundo: “el decálogo del laico católico cubano”. Está antecedido por una breve introducción que te ayudará a situarte frente al decálogo, que es el capítulo primero que habla sobre la identidad y la vocación del laico. El capítulo tercero es una conclusión que te invita a ponerte en manos de Dios y a comprometerte con su plan de salvación.

  1. TU IDENTIDAD Y TU VOCACIÓN COMO LAICO 

Un laico es un bautizado, seguidor de Jesús y miembro de la Iglesia 

El día de tu bautizo fuiste incorporado a la Iglesia y quedaste injertado a la vida de Jesús igual que una rama a un árbol frondoso. Por tus venas corre la savia del amor de Dios que Jesús nos vino a revelar y del amor al prójimo del que nos dio ejemplo. El agua del bautizo, la vela que recibieron tus padrinos ese día, la vestidura blanca que te impusieron, la unción con el santo crisma, son signos de tu consagración que te pueden seguir inspirando hoy.

Eres laica o laico estás llamado a ser una mujer y un hombre de Iglesia en el corazón del mundo. A llevar las energías del evangelio a tu familia, a tu barrio, a tu centro de trabajo, a producir mucho fruto. “El que permanece en mí y yo en él ese da mucho fruto” (Jn 15, 5). También estás llamado a llevar las aspiraciones, las alegrías y las penas de nuestra sociedad al interior de nuestras comunidades, para que nuestras parroquias y diócesis puedan ofrecer respuestas adecuadas y encarnadas.

El noventa y nueve por ciento de los miembros de la Iglesia son laicos. De los más de mil doscientos millones de católicos que hay en el mundo, los sacerdotes y los religiosos apenas sobrepasan el millón, el resto somos laicos.

Origen de la palabra “laico” 

La palabra “laico”, viene del griego, “laos”, que significa pueblo. El laico es una persona que pertenece al pueblo. Su dignidad le viene de ser hijo de Dios, tiene la misma dignidad esencial que la de un Papa, de un obispo o de un sacerdote; sin desconocer que el Papa, los obispos y los sacerdotes hacen parte de la jerarquía de la Iglesia y están llamados “a mirar, proteger, acompañar y servir a los laicos como pastores”. (CFCO)

 Perteneces por tanto, al pueblo de Dios, que está llamado a ser luz y sal para sus semejantes, a iluminar y a dar sabor a la vida diaria.  El laico es un cristiano de primerísima categoría. ¡Con cuánta razón el Papa Juan Pablo II dijo: “Los laicos deben tener conciencia cada vez más clara, no sólo de pertenecer a la Iglesia, sino de ser Iglesia!” (ChFL 9).

El papa Francisco te pone el listón alto cuando dice: “sueño con una opción misionera capaz de transformarlo todo, para que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda estructura social se convierta en un cauce adecuado para la evangelización” (EG 27) Y en otra parte de su exhortación añade: “Salgamos, salgamos a ofrecer a todos la vida de Jesucristo… Si algo debe inquietarnos santamente es que tantos hermanos nuestros vivan sin la fuerza, la luz y el consuelo de la amistad con Jesucristo, sin un horizonte de sentido y de vida” (EG 49).

La misión específica del laico 

Tu misión dentro de la Iglesia es doble e inseparable: hacia adentro de la Iglesia estás invitado a fortalecer la vida de la comunidad cristiana mediante servicios como la catequesis, las celebraciones litúrgicas, la pastoral social.

Hacia afuera de la Iglesia puedes colaborar a transformar el mundo, de acuerdo con los criterios de Jesús, a extender el Reino de Dios, esto es: a mejorar nuestra sociedad y nuestros ambientes para que sean más humanos, más justos, más libres, para que haya menos sufrimiento y dolor.

La hora del laico 

En el pasado se menospreció el papel de los laicos dentro de la Iglesia. Se consideraba equivocadamente que eran cristianos de segunda categoría, que estaban para servir y obedecer a los sacerdotes y a los religiosos. A partir de la primera mitad del siglo XX y particularmente después del Concilio Vaticano II (1962-65), la Iglesia ha redescubierto el valor insustituible del laico para el cumplimiento de su misión.

Al igual que los sacerdotes y los religiosos estás llamado a la santidad. La santidad no es algo complicado, es algo sencillo, es intentar hacer de manera extraordinaria, las cosas ordinarias, es esforzarse por vivir como vivió Jesús.

Sin los laicos y sin un laicado organizado la Iglesia no será buena noticia para la sociedad, no podrá encarnar el mensaje de Jesús en los diferentes ambientes, por ejemplo en los hospitales, las fábricas, el mundo campesino, el mundo de la política.

Eres afortunado de vivir en este principio del tercer milenio en que la Iglesia ha reconocido algo que durante mucho tiempo estuvo empolvado, que “vivimos la hora del laico”, que podemos traer hacia adentro de la Iglesia, los gritos, las preocupaciones, las inquietudes de nuestro mundo y podemos llevar hacia afuera la semilla del evangelio, a fin de acabar con situaciones de opresión y de ofrecer respuestas que nos pongan en camino de liberación personal, comunitaria y social.

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